domingo, 29 de agosto de 2010

La esclavitud en el Siglo XXI

La palabra esclavitud parece un término que remite a otros siglos y a novelas famosas como La Cabaña del Tío Tom o Raíces, pero pese a la buena voluntad de muchos, el sojuzgamiento de un grupo de seres humanos por otros sigue siendo algo que forma parte de nuestro paisaje, por más que los medios se empeñen en ocultarlo borrando el tema de la agenda de temas difundidos.
Ni las grandes democracias del mundo ni el avance formidable de las ciencias ha logrado poner paliativo a una práctica que está en plena vigencia y que es funcional a muchos sectores de la economía capitalista. Tal vez desde ahí, podríamos llegar a entender porque algo que las leyes prohíben tan taxativamente no ha sido suprimido.
Los datos de las Naciones Unidas hablan de un total de 27 millones de personas que son esclavas en todo el mundo, ya sea obligadas por deudas, esclavitud doméstica, trata de blancas y prostitución forzada.
En Argentina, el secuestro de menores para ser utilizadas en el mercado de prostitución es frecuente. También se traen mujeres de otros países América engañadas con promesas de trabajo que se terminan convirtiendo en pesadillas. La misma mecánica se utiliza en otro rubro como son las empresas textiles, que utilizan el trabajo esclavo para proveer prendas fabricadas a bajo costo para las grandes marcas que después las venden en los shoppings a precios multiplicados varias veces.
Pero el trabajo forzado no es patrimonio de un continente, en todo el planeta se repiten las condiciones que permiten la existencia de la esclavitud. Pese a no tener título de propiedad alguno, como se estilaba en las sociedades esclavistas del siglo XIX, los mal llamados ¨propietarios¨ disponen de la vida de las personas y deciden no solamente sobre las condiciones de trabajo sino también sobre sus condiciones de vida y su libertad de movimiento.
La funcionalidad que este sistema reporta a ciertos enclaves capitalistas, impide la condena de los organismos internacionales, que si bien reconocen el problema, no se esfuerzan seriamente por erradicarlo. Las autoridades políticas de cada país hacen la vista gorda y prefieren embolsar las coimas que pagan los esclavistas antes que intervenir en defensa de los esclavos.
El último país en suprimir la esclavitud fue Mauritania, nación situada en el norte de Africa y que prohibió por ley estas prácticas en 1980. Sin embargo, en ese país, los secuestros de menores para ser explotados en regiones alejadas de los centros urbanos se siguen sucediendo sin pausa. Además, muchos esclavos no se enteraron que fueron liberados y se estima que alrededor de 300 mil personas nunca gozaron de la libertad. A eso debemos sumar el problema de que la economía de Mauritania no podría absorber la liberación de semejante cantidad de mano de obra emancipada.
Para demostrar que ningún punto del planeta está libre de esta práctica, en la frontera de la mayor potencia mundial, vemos como los tratantes de personas estafan a miles de mexicanos que quieren trabajar en Estados Unidos. Para lograr salvarse de la miseria, los inmigrantes aceptan las condiciones que les imponen los ¨coyotes¨ aunque en muchos casos esto les cueste la vida. La justicia norteamericana comprobó que los traficantes muchas veces retienen a las víctimas en campos de detención para luego ser vendidos.
Según la ONU, la trata de personas va camino a convertirse en el mayor negocio ilegal del mundo y se cree que de seguir incrementándose su volumen pronto sobrepasará al tráfico de drogas. Encontrar la forma de combatir este flagelo es un nuevo desafío que debe comenzar por dejar de invisibilizar estos temas para que puedan ser pensados por toda la sociedad mundial.

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