martes, 14 de febrero de 2012

El peligro del descontrol policial en el Cono Sur

En la ciudad de Bahía, en el noreste brasileño, no sólo fue el ritmo de carnaval lo que se escuchó: todavía resuenan los ecos de la rebelión policial, con su tendal de muertos, heridos y daños económicos producidos por la inacción voluntaria de la policía estadual.
Esto que parece un fenómeno local y que aconteció en un período determinado de tiempo, no es tal, ya que el descontrol de las fuerzas del orden es una amenaza latente que pone en peligro la vida cotidiana de los habitantes y que además puede llegar a poner en riesgo a las instituciones democráticas de nuestro continente.
Desaparecidas las instituciones militares como factores de poder, la policía se transformó en la fuerza de intervención armada más importante que poseen los estados. Con una matriz educativa que se ha modificado muy poco desde la época en que las dictaduras militares asolaban a América latina, muchas veces la policía constituye un elemento de regulación del crimen, pactando informalmente en que condiciones se desenvuelven las organizaciones delictivas, sobretodo las vinculadas al narcotráfico.
Pero ahora se agrega otro peligro latente: el uso político de la fuerza policial, que conduce indefectiblemente a la erosión de los gobiernos elegidos por el pueblo. Ya son varios los casos que sirvieron como alerta para no soslayar este factor en el futuro político. En el caso de Brasil, el movimiento iniciado en la Ciudad de Bahía tuvo repercusión en otros estados, pero fracasó al poco de nacer. La propia ciudad de Río de Janeiro tuvo su fiesta de carnaval amenazada por este problema.
Si nos remontamos en el tiempo, el alerta más importante y conocido lo vivimos con todas las peripecias que tuvo el movimiento de la Policía en Ecuador en 2010, que logró tener como rehén al propio presidente Correa. La vida del mandatario estuvo pendiente de un hilo pero la rápida reacción de la Unasur ayudó a desbaratar la maniobra.
En la Argentina no tenemos un movimiento organizado pero no debemos aflojar la atención sobre el problema. En octubre de 2010, el militante Mariano Ferreyra fue asesinado por una patota que respondía a la fuerza sindical de un gremio ferroviario. El papel de la Policía Federal fue permitirles a los asesinos operar con tranquilidad, pese a que no tenía órdenes del poder político para actuar de esa manera. Algo parecido pasó a fines de ese mismo año en el Parque Indoamericano, donde fuerzas federales y de la Metropolitana, creada por Mauricio Macri, se unieron en una represión que causó dos muertos y varios heridos. La consecuencia política fue la creación del Ministerio de Seguridad Nacional.
Si bien sabemos que es imposible la vida cotidiana sin la presencia de fuerzas que prevengan el delito, es evidente que el poder elegido por los pueblos no debe delegar su control. La experiencia demuestra que cuando una fuerza armada se independiza del poder político mira sólo su interés corporativo y atenta contra la sociedad a la que debería defender.