No hay tregua que valga. Pasada la crisis por los bombardeos en Siria,
Israel decidió volver a prender la mecha de la violencia en Medio Oriente,
lanzando una represión indiscriminada contra los palestinos de la franja de
Gaza, que ya causó media centena de muertos. Pero a diferencia de otras
ocasiones similares, esta vez el Mundo no miró para otro lado y pidió al Estado
israelí que frene la violencia.
Esta vez las protestas se iniciaron por la decisión de Estados Unidos de
trasladar su embajada a Jerusalén, en un obvio apoyo a Israel. Si bien todos
los medios buscan achacarle a la administración Trump la responsabilidad por
este nuevo estallido, la situación explosiva es permanente y la violencia no se
debe únicamente a una mala decisión diplomática y administrativa.
Todo se inició en marzo, cuando los palestinos lanzaron una movida
pacífica a la que titularon ¨Retorno¨. Este movimiento promueve la vuelta
de los palestinos a los territorios de los que fueron desalojados por la
creación del Estado de Israel en 1948. Lejos de intentar un diálogo y mucho
menos de proponer una solución, el gobierno de Netanyahu prefirió el lenguaje
de las balas de plomo, que ya provocó más de 60 muertos.
Si bien los palestinos aclararon que el movimiento es pacífico, la cerrada
reacción israelí, puede dar pie a que los grupos terroristas saquen tajada con
la radicalización de un pueblo palestino que no sólo sufre el despojo de sus
tierras sino también el deterioro creciente de su modo de vida.
Todo en un marco geopolítico en el que varios actores juegan sus fichas
permanentes, a veces avanzando y otras retrocediendo. Tanto Estados Unidos como
Rusia tienen intereses contrapuestos en la región, a lo que hay que agregarle
el conflicto larvado entre Israel e Irán, que pone siempre a Medio Oriente, al
borde del precipicio.
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