El plan de la Casa Blanca para reducir el Mercosur a una
alianza comercial está muy cerca de ser coronado por el éxito. Para lograr el
vaciamiento del sentido político de la alianza continental, desde Washington
pergeñaron un plan destinado a que los gobiernos populares que sustentaban al
Mercosur cayeran uno por uno y fueran reemplazados por gobiernos neoliberales,
amistosos a las directivas bajadas desde el Norte.
La
planificación fue muy bien ejecutada y
no necesitaron ni de la Cuarta Flota ni de ningún comando de boinas verdes para
llevarla a cabo. Las acusaciones de corrupción y las causas armadas con la
complicidad de los establishment locales lograron reemplazar a un gobierno
peronista hostil a Washington por otro neoliberal en la Argentina, y tumbaron al gobierno de
Dilma en Brasil. Les queda el mandato de Nicolás Maduro en Venezuela, que
tambalea bajo el fuego sostenido de la oposición venezolana.
Por supuesto que esto no obedece a un
capricho ni a una demostración vacía de poder, sino que hubo dos razones de
peso para llevar cabo esta jugada. La primera y más evidente: incorporar a la
gran mayoría de los estados de América latina al nuevo tratado Transpacífico,
que reemplaza al desaparecido ALCA. El otro, derribar o por lo menos debilitar,
el eje de los Brics, que venía en crecimiento sostenido. A Estados Unidos no le
cierra una alianza liderada por dos países líderes y que no aceptan su mandato
como Rusia y China.
Para
lograr los objetivos que venimos explicando, la caída del gobierno petista
ocupa un papel central. Sin el liderazgo del país más importante de la región,
el Mercosur es una cáscara vacía, que sólo contiene tratados comerciales pero
que no funciona como escudo político protector frente a un mundo pleno de
incertidumbre. Por eso, Dilma Rousseff fue suspendida en su cargo, pese a que
no tiene causa judicial alguna que comprometa su libertad.
Esta
crisis anula la fortaleza política de Brasil, ya que sea cual sea el futuro
inmediato, no habrá un gobierno fuerte capaz de imponer su autoridad a toda la
población. El país está claramente dividido y ni siquiera se puede descartar
que el PT pueda volver a retomar el poder.
Los primeros sondeos dicen que nadie supera todavía a Lula en intención
de voto.
Son
tiempos oscuros los que atraviesan América latina, pero a diferencia de otras
épocas aún peores como las del Plan Cóndor
o la década del 90, los pueblos están de pie y dispuestos a pelear por
no perder los derechos que tanto les costó ganar.
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