Mientras los medios hacen foco en los bombardeos y en las
supuestas masacres que se estarían realizando en Irak, pocos son los que ponen
su atención en el habitual desencadenante de la mayoría de los conflictos en
Medio Oriente: la propiedad de la explotación del petróleo.
Los
iraquíes sunitas que conformaron una guerrilla islámica que se apropió
rápidamente del territorio habitado por una mayoría kurda, están parados sobre
campos petrolíferos que generan casi 250 mil barriles de petróleo anuales y que
está en condiciones de aumentar aún más su producción.
Estos
guerrilleros no sólo se apoderaron de una buena porción de territorio iraquí,
sino que también buscan poner un pie en Siria, donde la ofensiva de los rebeldes
sirios apoyados por los países europeos no lograron derribar al gobierno sirio
pero sí debilitar su control territorial.
La
repentina aparición de los jihadistas iraquíes permite sospechar de algún tipo
de complicidad norteamericana, quienes habrían apostado a una fragmentación
mayor del territorio iraquí lo que le permitiría un dominio mayor del terreno
sin necesidad de intervenir con tropas. Pero la violencia de este grupo
trascendió más de la cuenta y obligó a la administración norteamericana a
retirar el apoyo y a bombardear el lugar para quedar así ante los ojos del
mundo como justicieros.
Pero esta
idas y vueltas interminables no frenarán la intención norteamericana de
rediseñar el mapa político de Medio Oriente, de manera que las reservas
gasíferas y petroleras queden siempre en manos propios y amigas. El crecimiento
de Rusia y su alianza con China encendieron luces de alarma en la Casa Blanca,
que se habían acostumbrado a la soledad del poder mundial luego de la caída del
Muro de Berlín.
Ahora un mundo
multilateral pone un signo de interrogación sobre el futuro mundial, que sigue
pendiente de la propiedad de los recursos energéticos naturales que todavía
mueven al Mundo.
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