Finalmente diciembre llegó y el fin del mundo que había
pronosticado un incierto calendario maya no se produjo. Pero los descendientes
de los mayas no necesitan de predicciones para recordar que la tragedia
exterminadora se hizo carne en su pueblo. Guatemala, país donde se asentaron
los hijos de una de las culturas originarias más importantes de la historia de
la humanidad, sufrió una masacre que no debemos olvidar
El país
centroamericano estuvo siempre en la mira de Estados Unidos, sobre todo durante
la guerra fría. Washington temía que Guatemala siguiera el camino de Cuba y se
convirtiera en otro peón en el ajedrez de la Unión Soviética.
Muchos
recordarán que fue en este país donde el Che Guevara escribió sus primeros
palotes revolucionarios. Pero la Casa Blanca no se volvería a dejar madrugar. Y
es por eso que preparó al ejército guatemalteco para que estuviera más
pendiente del enemigo interno que de sus fronteras.
Esta
historia, que todos los sudamericanos conocimos de cerca, en Guatemala se vivió
con especial ferocidad. El tremendo genocidio perpetrado por esta suerte de
ejército de ocupación interno, duró 36 años, causando 200 mil muertos y más de
50 mil desaparecidos. Las comunidades mayas fueron el blanco predilecto y
sufrieron en el quinquenio que va de 1978 a 1983 lo peor de la masacre.
Hoy el
genocidio es reconocido por los organismos internacionales y la apertura de los
archivos del ejército guatemalteco permitió la condena los principales cabecillas que recibieron
penas acumulativas de miles de años. Si bien uno imagina que estos asesinos
perecerán en la cárcel, sabemos que ningún país está libre de la aparición de
esos ¨pacificadores¨ que indultan
genocidas.
Pero ahí
esta la copiosa evidencia que recogieron los investigadores de la ONU, más de
12 tomos con miles de páginas que describen crímenes atroces que nos
avergüenzan como raza humana. Lamentablemente siempre hay criminales que
escapan del largo brazo de la justicia. Y es que los ideólogos políticos y
militares no fueron perseguidos ni investigados. La tristemente célebre Escuela
de las Américas es tan culpable como el último de los represores, pero ninguno
de sus dirigentes fue citado a declarar. Su nacionalidad norteamericana los
ampara.
Pero por
suerte la vida se abre paso y florece nuevamente la cultura maya en
Guatelama. Con los problemas estructurales que atraviesan
ese país tras década de atraso, por lo menos ya no hay un régimen genocida que
se dedique a acumular cadáveres.
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