Las guerras de baja intensidad que se están desarrollando en
distintos puntos del planeta, amenazan con expandirse e involucrar a otros
países. En especial nos referimos a la guerra en Ucrania y en Medio Oriente.
Pese a
la instalación mundial como víctima y al mediático apoyo de la OTAN, la Ucrania
de Zelensky se encuentra en pleno retroceso y las fuerzas rusas dominan el
campo de batalla. A esto debe sumarse la incertidumbre que provoca la elección
norteamericana de noviembre, que puede modificar el escenario abruptamente, si es
que el republicano Donald Trump se alza con el triunfo. El magnate
norteamericano ya avisó que disminuirá su apoyo armamentístico y les exigió a
los demás países europeos que no miren para otro lado y que se sumen al
esfuerzo. En caso de ser reelecto Biden, seguiría todo igual.
Lo que
no se vislumbra es una salida negociada del conflicto. Ninguna de las partes
quiere dar el brazo a torcer y el avance ruso despierta todas las alarmas, ya
que si la OTAN se involucra aún más en el conflicto, aumenta las posibilidades
de un enfrentamiento directo con el consiguiente peligro del uso de armamento
nuclear.
Como si
esto fuera poco, el recrudecimiento del conflicto en Medio Oriente le suma
tensión al escenario. Menos el presidente argentino, el resto de los
mandatarios mundiales intentan que las agresiones entre Irán a Israel no pasen
de una gran puesta en escena. Se sabe que las agresiones entre estos dos países
suelen trasladarse a lugares ajenos a Medio Oriente.
Una
generalización de los conflictos trae siempre el peligro de los alineamientos y
de la desconfianza generalizada. Sumado a los efectos sobre los precios de las
materias primas, pinta un panorama nada alentador que solo puede ser revertido
si las potencias mundiales advierten a tiempo que la humanidad entera será
siempre la que pague las consecuencias
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