La avanzada contra los gobiernos
populares en nuestro continente adquirió diversas formas según cada país, pero
en general se trató de un uso combinado de los medios de comunicación con la
Justicia, como fue el caso de Argentina y Brasil. Pero Ecuador acaba de
estrenar una variante inédita, tal vez parecida a la que en los 90 encarnó
Carlos Menem en la Argentina: el candidato se presenta con un color y al asumir
se transforma en el opuesto.
En el
caso de Ecuador, el presidente Lenin
Moreno decidió abandonar la cobertura
del ex presidente Correa, que le había permitido derrota a la derecha
ecuatoriana por poco, y abrazó la causa de quienes combatieron ferozmente a la
Revolución Ciudadana durante su mandato.
Para
terminar de concretar este cambio, armó un plebiscito a su medida y logró
derrotar a su predecesor, en una consulta popular que le permitirá el control total del Estado
y que impide cualquier vuelta al poder
de Correa. Poco le importó al mandatario la división de la Alianza País, que
fue la estructura que lo llevó al poder. De ahora en más, utilizará la
estructura estatal para fortalecer a su sector e intentará echar a los
partidarios de Correa de todos lados.
Pero ahora Lenin Moreno tiene un doble desafío,
sumar a los votantes disidentes de Alianza País y además sumar votos de la
derecha. De lo contrario, en el próximo evento electoral perdería votos por
izquierda y por derecha, si es que este último sector se mantiene unido. Así,
lo que hoy luce como una enorme victoria electoral, puede ser la base de un
armado endeble para el futuro.
Por eso
habrá que observar con lupa los próximos movimientos del Presidente
ecuatoriano: lo acecharán de ambos costados ideológicos y no le será tan fácil
manejar en una ruta política tan sinuosa. Como al resto de los gobiernos anti
populistas de la región, la realidad política y las consecuencias de las
políticas económicas que aplique puede transformar la victoria de hoy en una
derrota mañana.
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