La trascendencia y la enorme repercusión mundial que tiene
el conflicto entre Cataluña y el Estado español, demuestra que no se trata de
un conflicto regional más, sino de una pelea que puede alentar a otros separatismos
latentes que nunca desaparecieron de la faz de Europa. A su vez, expresa algo
que la mayoría de los analistas mediáticos prefieren pasar por alto: la falta
de respuestas de los estados neoliberales a las demandas populares.
De esta
manera, las airadas reacciones de quienes conforman la cabeza de la autoridad
política española tienen un justificativo que va más allá del quehacer
nacional. Rajoy no puede permitir que
España se transforme en el ejemplo de un incipiente desmembramiento de la Unión
Europea. Eso explica la represión violenta y que no buscó disimulo alguno, pese
a la presencia de los medios.
Rajoy
no está solo en su cruzada. Sus colegas salieron rápidamente a respaldarlo no
sea cosa que se activen otros focos separatistas. En Rumania, en Escocia, en
Europa del Este y también en el norte de Italia, existen pueblos que tienen
organizaciones que luchan por una separación de unos estados que tal vez hayan
dejado de cobijarlos.
Si bien
es verdad que la base de los sentimientos independentistas en muchos casos
vienen desde hace varios siglos, la falta de respuesta de los estados
neoliberales, que dejan librados a los pueblos a las iniquidades del Mercado,
le dieron gas a los reclamos, que en muchos casos estaban acallados o
postergados.
El
sueño integrador de una Europa unida se ha transformado en pesadilla y seguro
que no es lo que soñaban quienes empezaron este proyecto. Las políticas
económicas que sumieron al viejo continente en una creciente recesión y en las
constantes pérdida de empleos, lograron reforzar la idea de que la búsqueda de
otro destino es necesaria.
Si
los jefes de Estado no se dan cuenta a tiempo que el problema va más allá de un
reclamo regional, no lograran evitar que en Europa se reaviven las llamas de la
independencia
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