La asunción de Trump y su acción sobre la política exterior
norteamericana, ya están produciendo los primeros escozores en Occidente. Es
que el nuevo líder norteamericano no cree mucho en las alianzas y prefiere
ocuparse en forma personal y reunirse mano a mano con los líderes mundiales.
Así, la OTAN se mantendrá vigente sólo si se aviene a sus políticas y si se
cuadra a su mandato y no al de Alemania, país que había asumido, por
prepotencia económica, la representación de Europa en el conglomerado militar
más importante del planeta.
Además
del cambio de rumbo de la Casa Blanca, la Unión Europea no resolvió todavía la
salida de Gran Bretaña de su seno. Pese
al pronunciamiento inglés, aún no está claro cómo será la salida y ni siquiera
se sabe si el Reino Unido seguirá llamándose así, ya que Escocia tiene la firma
voluntad de no salirse de la UE.
Mientras
tanto, Trump esboza un choque de espadas con China que se parece más a un
tanteo de la fuerza y voluntad del enemigo que de un conflicto abierto. Es
sabido que el magnate norteamericano es un agresivo negociador pero tiene
enfrente a un país sólido y al que le sobra paciencia ¨oriental¨. Por las dudas, el Pentágono se rearma y así
el complejo militar e industrial norteamericano pierde los miedos que le habían
generado los dichos aislacionistas del nuevo presidente.
En
tanto, el otro gran jugador mundial, Rusia, mira expectante como se desarrollan
los acontecimientos. Salidos del foco de atención, Putin mira en silencio, como
sus rivales toman una iniciativa que por ahora no perjudica sus políticas.
Experto en explotar las debilidades europeas, el líder ruso aguarda que se
aclare el panorama para hacer sus movidas, sabedor que su buen desempeño en la
crisis Siria, logró instalar que la maquinaria bélica rusa está vigente.
Un mapa
cambiante y un futuro nebuloso. Un presente ¨líquido¨ para un planeta que
carece de una brújula precisa, que le permita adivinar hacia donde se dirige.
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