La gigantesca puesta en escena mundial que se está armando
en Siria, tiene poco que ver con las armas químicas y mucho que ver con el
control de los gasoductos. Así como el motor de la intervención en Irak fue el
petróleo, ahora es el gas lo que motiva el intento, por ahora postergado, de
someter al gobierno sirio a los dictados de Washington.
El primer
paso fue armar toda una historia que justifique la presencia militar en la
zona. Como en aquella película donde Dustin Hoffman inventaba una guerra para
distraer al pueblo norteamericano, ahora un supuesto interés humanitario
permite que los acorazados norteamericanos ronden la zona, apoyando a los
rebeldes sirios que sobreviven gracias al apoyo militar proveniente del
exterior.
No fue muy
creativo el autor del guión de la intervención en Siria. Copió y pegó el mismo
libreto que justificó la intervención en Irak: la existencia de armas químicas
y su uso sobre la población. Por otro lado, la creación de un foco rebelde
supuestamente popular que jaquea al gobierno, es una copia del mismo mecanismo que terminó con la
vida del líder libio Muamar Kadaffi.
Sin embargo, surgieron imprevistos que
postergaron una intervención que ya estaba en las gateras. Uno de ellos vino
del propio riñón de los interventores: Obama no logró encolumnar ni a su pueblo
ni a las instituciones que lo representan detrás del objetivo militar. El
resultado incierto de las operaciones militares sobre Irak y Afganistán,
hicieron que ningún político opositor se inclinara a dar un cheque en blanco a
una nueva operación.
Pero el
obstáculo mayor vino de un gran jugador que volvió a la cancha. Rusia decidió
jugar fuerte contra el bombardeo ya que tiene mucho que perder con una caída Siria. Los rusos no pueden
permitir que el gobierno sirio pierda el control del gasoducto que permitirá el
abastecimiento de toda Europa. Tanto el gobierno de Putin como el de China,
apuestan a que el gas que alimente al viejo continente pase por Siria, que se
transforma así en la llave maestra de todo el plan. Esto genera la desconfianza
de Estados Unidos, que no acepta que el control de los gasoductos no pase por
sus aliados. Ni Irán ni Siria son confiables para Washington.
Es por eso que para tratar de
acertar sobre cual será el futuro de Medio Oriente, habrá que ver que tipo de
pacto logran forjar Putin y Obama, ya que si los norteamericanos no logran
controlar de cerca los recursos energéticos
que circulan por Medio Oriente, volverán a poner en la mira a Siria o a
cualquier gobierno que obstaculice sus planes.